“He recordado con frecuencia la mañana en que llegó el primero de los
anónimos.
Lo recibí a la hora del desayuno y le di vueltas y más vueltas, como
suele hacerse cuando el tiempo se hace largo y a todo acontecimiento
hay que sacarle el mayor jugo posible. Era una carta del interior, con
las señas escritas a máquina. La abrí antes que otras dos que
llevaban matasellos de Londres, ya que una de ellas era,
evidentemente, una factura, y en la segunda reconocí la escritura de
una de mis latosas primas.
Ahora resulta raro recordar que a Joanna y a mí la carta nos hizo más
gracia que otra cosa. Entonces no teníamos ni la más vaga idea de lo
que había de venir: aquel rastro de sangre y violencia, de
desconfianza y de temor”.
El Caso de los Anónimos es una amena novela, de fácil lectura, que Agatha Christie escribió en 1943.
Como en tantas otras de sus obras, nos presenta en ésta lo que fue su especialidad. Un pequeño pueblo rural, con sus habitantes de siempre: el médico, el abogado, el sacerdote y su esposa, las típicas solteronas y las típicas criadas.
Narrada en primera persona, desde que comenzamos, vamos compartiendo el punto de vista, y también, sobre todo, los temores del protagonista .
«Ahora me parece extraño que en nuestras elucubraciones acerca del
estado de ánimo de la Pluma Venenosa, pasáramos por alto lo más
evidente. Griffith la había imaginado triunfante. Yo, presa de
remordimientos… por el resultado de su obra; y la señora Calthrop
como un ser desgraciado.
No obstante, la reacción inevitable que no habíamos tenido en
cuenta… o tal vez debiera decir que yo no había considerado… era el
«miedo».
Porque con la muerte de la señora Symmington las cartas habían
pasado de una categoría a otra. Ignoro cuál sería la posición legal…
supongo que Symmington lo sabría, pero era evidente que con una
muerte como resultado, la posición del autor o la autora de los
anónimos era mucho más seria. No podrían pasar como una simple
broma, una vez aclarada la identidad del autor. La policía trabajaba
activamente; se había solicitado la ayuda de un experto de Scotland
Yard, y ahora era de vital importancia para el autor de las cartas
permanecer en el anónimo.
Y dando por hecho, que el «miedo» fuera su reacción natural, a ella
seguían otras consecuencias cuyas posibilidades yo desconocía…
aunque fueran igualmente obvias».
Si bien Miss Marple es quien aparece al final de la obra para develar el misterio, su rol, a mi juicio, es secundario, y la novela podría tranquilamente prescindir de ella.
Como dato anecdótico, cabe agregar que, para la misma época, y sin que medie relación con esta novela, Henry George Clouzot filmó su obra maestra, Le Corveau, donde también los anónimos fueron protagonistas.
Para finalizar, leamos las palabras que, a modo de prefacio, escribió la autora:
«Siempre resulta agradable plantearnos un tema clásico y ver lo que
puede hacerse con él. En este caso, el tema de la pluma que destila
veneno, sigue las líneas generales de otros casos bien conocidos y
comprobados de escritores de anónimos. ¿Hasta qué punto se
parecen? ¿Él motivo fundamental es casi siempre el mismo? ¿Qué
campo ofrece semejante material para una persona aficionada al
crimen? El caso de los anónimos es mi contribución al asunto.
Mientras escribía el libro inventé un personaje a quien he llegado a
apreciar mucho y que se hizo singularmente real para mí. Si Megan
entrase en mi cuarto mañana, habría de reconocerla en seguida y me
encantaría verla. Le estoy agradecida por haber cobrado vida en mi
obsequio. También quisiera encontrarme con la mujer del pastor,
pero temo que jamás lo lograré.
Escribiendo este libro disfruté con fruición.
Me gustaron su cómodo ambiente de pueblo y sus personajes. Los
ambientes exóticos, pienso a veces, restan interés al crimen en sí.
Para que un crimen resulte interesante, ha de producirse entre
gentes que ustedes mismos podrían encontrar cualquier día».